Cómo
educar una nueva especie de hombres y mujeres cuya expresión más espontánea no
sea la violencia
Por:
Fredy A. Sánchez F.
“A
veces uno es manantial entre rocas
Y
otras veces
Un
árbol con las últimas hojas”
Estados
de ánimo, poema.
Mario
Benedetti
¿Qué
será lo que le pasa a esta juventud de ahora? Solemos preguntarnos con
gesto de sorpresa cada noche a la hora del noticiero al ver que una niña de 14
años apuñaló a otra por una disputa amorosa, o a un adolescente de 16 años que
planificó y ejecutó una masacre en su colegio porque no soportó el rechazo de
sus compañeros y el trato desigual de sus profesores… nos damos los respectivos
golpes de pecho y esperamos ansiosos a que termine el noticiero para que comience
la novela, vamos de la noticia dramática y cruel a las notas de farándula con
la misma tranquilidad con la que pasamos un sorbo de limonada, ya nada nos
duele, ya nada nos sorprende, nada nos conmueve. Con la violencia de los niños,
niñas y adolescentes, viene sucediendo lo mismo que con la de los adultos, se
ha vuelto tan cotidiana que nos habituamos a ella a tal punto que casi pasa
desapercibida, cada noche frente al noticiero nos damos los mismos golpes de
pecho y pasamos a los chismes de los famosos sin entender aquello que subyace a
las acciones sutiles, agresivas, violentas y hasta letales de una sociedad de
niños y jóvenes que son permanentemente enculturados en la violencia, en el
mercadeo sádico de los medios de comunicación que promueven sin estupor la
indiferencia por el dolor del otro.
Desde
hace un par de décadas las teorías de la Inteligencia Emocional y la IE Social,
se han tomado al mundo con una visión renovada, pertinente y refrescante de las
formas y estrategias de educación y de atención a los ámbitos de las relaciones
humanas, logrando un cambio fenomenal en la tradición pedagógica para la que
solo era importante la transmisión de conocimientos o la transferencia de
habilidades laborales. La emergente tendencia de aplicación práctica y
cuidadosa de estrategias de Inteligencia Emocional Social devela las falencias
de la pedagogía tradicional y propone un nuevo horizonte en el que, tan
importante o más, que la transmisión de datos, es el desarrollo de habilidades
sociales como la tranquilidad, el manejo de la frustración, el altruismo, la
actitud negociadora, la auto-motivación, la empatía, la compasión, el
autocontrol y en general lo que hoy conocemos como “gestión de las emociones”,
quizá sea esta la mejor alternativa que tengamos para dar un vuelco a este
penoso estado de nuestra realidad.
Sobre
la violencia se han propuesto cientos de teorías, se han hecho múltiples
estudios sobre sus causas, sus justificaciones, sus detonantes y también, de
sus consecuencias. Hay quienes afirman que pese a nuestra percepción inmediata,
la violencia está en declive y que
“no todo pasado fue mejor”1 que la sociedad
tiene una marcada tendencia a la estabilización de la paz a partir de la
institucionalidad, la diplomacia, la tecnoguerra, la evolución cultural y el
desarrollo de las diferentes formas del conocimiento entre otras razones.
También hay quienes analizan las dinámicas sociales del mundo contemporáneo y,
sin compararnos con el pasado, nos encuentran muy violentos, muy reaccionarios
y constantemente asaltados por situaciones y circunstancias tensionantes que
nos inducen a lo que podríamos llamar “erupciones emocionales”. Es evidente que
ya no nos matamos de a miles, que esas guerras de numerosísimas bajas de lado y
lado y que tomaban siglos de lucha dejaron de existir, y es seguro que con los
avances científicos y tecnológicos tanto en la guerra como en la medicina,
hemos logrado aumentar nuestra expectativa de vida, nuestra longevidad, sin
embargo, debemos preguntarnos si acaso ahora ¿vivimos mejor? Aunque
parezca poco optimista la idea, es prudente pensar en NO una reducción
sustancial de la violencia, sino, más bien en una transformación de las formas,
niveles y escenarios de la violencia. Si bien podemos coincidir con Pinker
(2011), en el sentido de que ya no existen aquellas formas atroces de
asesinarse unos y otros, tampoco podemos negar aquella cotidianidad de nuestras
sociedades en los que a cada momento alguien es agredido, asaltado, humillado,
abusado, ofendido, vendido, esclavizado, explotado, etc., es una realidad que
pasa todos los días frente a nuestros rostros pero que no trasciende a nuestras
conciencias porque no nos agrada caer en esas cuentas, no queremos salir de
nuestra zona de comodidad, dejamos que toda esa miseria pase por debajo de la
mesa mientras nos seguimos dando golpecitos de pecho y reafirmando que “nosotros
no podremos cambiar el mundo”, quizá estemos perfectamente justificados si
tenemos en cuenta que es una realidad insoportable cuya conciencia no nos
dejaría vivir en esta relativa paz.
1 Alusión a los estudios sobre el declive de la violencia de Steven
Arthur Pinker, profesor de psicología del Harvard College y titular del
Johnstone Family Professorship en el Departamento de psicología de la
Universidad de Harvard. Encontrado en:
http://www.redesparalaciencia.com/?s=el+declive+de+la+violencia recuperado el
29-11-2011
2 Alusión a los descubrimientos de Erik R. Kandel sobre los
fenómenos de habituación y sensibilización realizados sobre la Aplysia de mar.
Publicados en “Behavioral Biology of Aplysia” Nueva York, 1979.
Cada
quien tiene una explicación para esta violencia, en la mayoría de los casos
bien argumentada, los hay de corte sociológico, conductista, antropológico,
historicista, evolucionista, teológico y biologicista, de entre estos últimos,
son muchos los neurocientíficos que consideran que la psicopatía por ejemplo,
involucra disfunciones o anomalías fisioanatómicas de las partes del cerebro
encargadas de reconocer e interpretar el dolor ajeno, al menos de reconocer el
metalenguaje facial y corporal de sus congéneres y que por tanto, no sienten
remordimiento al causar daño, al someter, torturar o asesinar, pero entonces,
cabe preguntarse ¿será que la mayoría de nosotros tenemos alguna medida
de disfunción cerebral que nos impide condolernos, ser compasivos o empáticos?
es probable que no, quizá lo que sucede es que somos como aquel gusano de mar
de Kandel2 que de tanto recibir ciertos estímulos terminó por acostumbrarse a
ellos y ya no los siente (habituación) o como aquellas personas que han
trabajado tanto tiempo en las curtiembres que el olor de las pieles putrefactas
les es tan normal como el de un bosque en la mañana, si es así, ¿a qué se debe
esta probable habituación? podríamos decir que la culpa es de los noticieros
que en su idea de que “lo que más vende es la sangre y el morbo” nos han
habituado y nos han hecho indolentes, podríamos decir que ha sido nuestra
consciencia de que es muy poco lo que nosotros podemos hacer para
cambiar el mundo o que finalmente el mundo no va a cambiar “por más que yo
lo quiera” podríamos echarle la culpa a los conflictos armados que vivimos
en muchos de nuestros países, a las crisis económicas, al neoliberalismo, a la
globalización, etc., sin embargo, la invitación de hoy no es a cuestionarnos
sobre de quién o quienes es la culpa o a volverse loco ante una realidad tan
atroz, NO, mejor aún, la invitación es a levantarnos del sillón, a mirar a los
ojos a nuestros hijos y hermanos y entender que hasta su silencio es un grito de
ayuda, que su mirada es la mirada de una sociedad que necesita alcanzar hábitos
y habilidades diferentes en el manejo de sus emociones, de encontrar
alternativas a esas, hasta ahora, incontrolables “erupciones emocionales”. Las
teorías de la Inteligencia Emocional Social presentan una propuesta divergente
a la anquilosada educación transmisora de conocimientos invariables que poco
atiende a la formación integral de los seres humanos, procurando desde ahora la
transformación y evolución de ciudadanos capaces y competentes en el manejo de
sus estados emocionales y en el desenvolvimiento y uso de sus habilidades
sociales, humanos altruistas, compasivos, críticos y reflexivos, en últimas,
HUMANOS en su más pura expresión. La IES nos conmina a una alteración anatómica
y fisiológica de nuestras redes neuronales, de nuestras conexiones sinápticas a
partir de un simple cambio de actitud frente a la vida, a la amistad, al
vecino, al alumno, al enemigo, a la costumbre… al hábito, “para transformar
el mudo debemos transformar nuestro cerebro” (Eduard Punset, 2010). Ya
Joaquin Fuster3 (2011) producto de toda una vida dedicada a la
neurociencia cognitiva, nos ha demostrado la atadura gordiana que existe entre
las emociones y la memoria, ese influjo reciproco entre los estados emocionales
y la forma e intensidad con que almacenamos nuestros recuerdos, recuerdos que a
la larga, configuran y construyen nuestra personalidad, ¿y quién no aprendió
a la primera el resultado de 5x5 mientras la maestra blandía su regla de roble
y taconeaba en el baldosín del salón con cara de juez ofendido?, y quién no
recuerda el nombre del abusón del colegio y de la niña a la que dio el primer
beso, a la vez, Fuster nos dice que la transformación de esas configuraciones
neuronales reforzadas y potenciadas que se convirtieron en nuestro forma de
asumir la vida, tienen toda la posibilidad de ser transformadas, cambiadas
mediante el ejercicio mental, quizá sea válido interpretar, ejercicio hacia lo
positivo, hacia lo bondadoso, hacia lo más puramente humano. Así, es lógico
comprender el impacto que tiene la violencia en la construcción subjetiva (y
también fisiológica) de los sujetos, primordialmente en los primeros periodos
de vida en los que un grito, un golpe o una humillación son suficientes para
crear memorias conscientes e inconscientes que determinaran nuestro curso de
vida, también, a entender el impacto positivo que tiene el simple hecho de
enseñar a nuestros niños y jóvenes a auto-reconocerse, a auto-interpretarse
holísticamente con todos sus sentimientos, con toda su complejidad, con sus
miedos, sus deseos, y con todo su potencial de encausamiento axiológico, con su
naturaleza social, con su posibilidad de autodeterminación y su capacidad
natural e intuitiva para tomar decisiones acertadas, así también, para evitar
aquellas que les puedan equivocar el camino. Por supuesto, no es tan rápido
pero…
3
Neurocientífico español, Investigador y profesor de neurociencias en la UCLA,
EU.
4 Filólogo y
Escritor Inglés, autor de la saga “El Señor de los Anillos” escrita entre 1937
y 1949.
“El
trabajo que nunca se empieza es el que tarda más en terminarse” nos decía
J.R. Tolkien4 (1937-1949), y en ese sentido, hoy invitamos al mundo
para que a través, y desde, los modelos educativos actuales y desde nuestra
vida familiar, incorporemos la IES, en los diferentes escenarios y ámbitos de formación de las
nuevas generaciones, de nuestros niños, niñas y adolescentes, para que desde ya
comencemos a derrotar esa cultura del indolente, del agresivo, del indiferente.
Matthieu Ricard5 quien ha dedicado la mitad de su vida a la práctica y
estudio del modo de vida y la filosofía budista, suele invitarnos a abandonar
la visión egoísta de la individualidad, a mirarnos en el ojo del otro/otros, a
través de, y desde estos, a sentir el dolor ajeno, la felicidad compartida y el
amor cósmico, para descubrir que la mayor satisfacción que podemos experimentar
es la satisfacción que proveemos a los demás, de ello, nos atrevemos a deducir
que para encontrar la plenitud del ser no se necesita comprar la última novedad
tecnológica, ni saltar del puente más alto con cables elásticos, tampoco
tomarse fotos en los lugares más populares de las guías turísticas o tener el
auto más veloz, NO, tan solo se necesita salir a una calle de tu ciudad y
brindar una bebida caliente al desamparado, disolver con inteligencia y
cordialidad una disputa entre dos de tus hijos, perdonar con honestidad a tu
suegra por sus agravios, darle importancia a las cosas sencillas que te
comparte tu pareja, respirar a conciencia, saborear despacio una taza de café,
agradecer por todo lo que se tiene y aligerar la pesada carga de nuestros
deseos. Ese es el verdadero camino a la plenitud del ser, esa es la ruta más
corta y verdadera a la felicidad, el camino llano a la utopía posible de la
paz.
5 Doctor en
genética molecular del Instituto Pasteur y monje budista desde 1972.
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